lunes, 3 de septiembre de 2007

Exponentes de la epoca

Safo

(Lesbos, actual Mitilene, Grecia 650–580 a.C.). Poetisa griega

Pocos datos ciertos se tienen acerca de Safo, de cuya obra se conservan apenas algunos poemas y fragmentos extraídos de citas tardías y de papiros. Vivió toda su vida en Lesbos, isla griega cercana a la costa de Asia Menor, con la excepción de un corto exilio en Sicilia en el año 593 a.C. El contenido amoroso de sus poemas propició toda clase de habladurías, rumores y noticias falsas sobre su vida. Sus poemas fueron acogidos con entusiasmo desde la antigüedad, se recitaban y se conocían en la Atenas del s. V a.C. Otro tanto sucedió mucho más tarde en Roma en donde los poetas latinos alaban sus poemas. Ha sido probablemente la poetisa más traducida y más imitada de la antigüedad clásica.

La poetisa actuaba probablemente como maestra de jóvenes aristócratas, preparándolas para sus casamientos y sus maridos. Allí las jóvenes aprendían a recitar poesía, a cantarla, a confeccionar coronas y colgantes de flores, etc. A partir de sus poemas frecuentemente se deduce que Safo se enamoraba de sus discípulas y mantenía probablemente relaciones con muchas de ellas. Todo esto la ha convertido en una abanderada del amor entre mujeres.

Safo, junto a su compatriota Alceo, son considerados los poetas más sobresalientes de la poesía lírica griega arcaica, además son los únicos representantes de una producción literaria lesbia.

De su obra, que al parecer constaba de nueve libros de extensión variada, se han conservado también ejemplos de lo que podríamos denominar lírica popular en algunos epitalamios, cantos nupciales que adaptó de canciones populares propias de los amigos del novio y de la novia que se improvisarían en las bodas. Estas canciones se diferenciaban del resto de sus poemas, más intimistas y cultos para los cuales creó un ritmo propio y un metro nuevo, que pasó a denominarse la estrofa sáfica.

Safo habla en sus poemas de la pasión amorosa de manera desnuda, sin ornamentos, como una fuerza irracional, que se apodera del ser humano y se manifiesta en diversas formas, como los celos, el deseo o una intangible nostalgia. Podemos afirmar sin ninguna duda la expresión de sus sentimientos amorosos es tan sincera que el lector se identifica con ella inmediatamente, lo que despierta siempre admiración teniendo en cuenta que hablamos de poesía griega arcaica. Esa impresión, además, no se detecta en otros casos, en la producción de otros poetas latinos y griegos. Un buen ejemplo de lo mencionado se describe detalladamente en uno de sus poemas, el más completo que se ha conservado de ella, una mezcla de himno y oración, el “Himno en honor a Afrodita”. Su poesía tuvo un gran éxito ya en la Antigüedad, y sirvió de fuente de inspiración a grandes poetas, como los latinos Catulo y Horacio; ya a partir de la época alejandrina se puso de manifiesto el interés por conservar su obra e intentar descubrir nuevas partes.

En el 2004 fueron hallados nuevos fragmentos de Safo, que amplían y mejoran sustancialmente uno de los que ya teníamos de ella. En este nuevo fragmento ampliado, Safo se lamenta del paso de tiempo y plasma de forma magistral los efectos de la vejez en su cuerpo y carácter utilizando el mito de Titono, el enamorado de Eos, la diosa de dedos rosados, quien pidió a los dioses que convirtieran a Titono en inmortal, pero olvidando pedir para él la eterna juventud. Como consecuencia de ello, Titono es el eterno viejo, no se muere nunca, pero siempre se va haciendo más viejo. Se trata de un símil precioso con el que Safo se identifica plenamente puesto que en su calidad de educadora se ve como Titono frente a sus alumnas siempre de la misma edad, siempre inmortales de alguna forma.

Sus poemas más famosos son, además de los dos mencionados, aquel en el que describe lo que podrían considerarse "síntomas de la enfermedad del enamoramiento", universal y aplicable a todo enamorado, así como el fragmento en el que confiesa que no hay en el mundo nada más maravilloso que el ser a quien uno ama.

Cayo Valerio Catulo

Cayo Valerio Catulo (Verona, actual Italia, 87 a. C. – Roma, 54 a.C.), poeta latino.

Nacido en Verona, en la Galia Transpadana, en una familia influyente, su padre era amigo de Julio César, al que Catulo sin embargo despreciaba.

Estudió en Roma pasando allí varias años de su estableciéndose ahí finalmente el 62 a.C., introduciéndose en los cenáculos literarios de sus amigos, los llamados despectivamente por Cicerón poetas neotéricos: Helvio Cinna, Licinio Calvo, Valerio Catón, Cornificio, Furio Bibáculo y los eruditos Marco Terencio Varrón o Cornelio Nepote. Los neotéricos se caracterizaban, en primer lugar, por una gran afición a la poesía griega alejandrina de Calímaco y, en segundo lugar, por el deseo de cultivar una lírica refinada y concisa, de un perfecto acabado formal.

Se enamoró de una dama muy bella y licenciosa, Clodia Pulchra, casada con el gobernador de la Galia Cisalpina Metelo y hermana de un tribuno de la plebe, Clodio, enemigo de Cicerón. Esta, sin embargo, que aparece en sus versos con un nombre de valor métrico equivalente, Lesbia (que declara la común afición de los amantes a la poetisa griega Safo de Lesbos), tras concederle sus encantos, le puso los cuernos a la menor ocasión y dejó a Catulo debatiéndose entre el odio y el amor, como expresa en su conocido dístico: Odi et amo. Quare id faciam? fortasse requiris / Nescio, sed fieri sentio et excrucior («Odio y amo. ¿Cómo es posible?, preguntarás acaso. No lo sé, pero así lo siento y es mi cruz»).

De la violenta pasión que despertó en Catulo tardó en recuperarse a duras penas: Una salus haec est, hoc est tibi pervincendum. / hoc facias sive id non pote, sive pote! («Una sola salvación hay para ti: esto debe superarse. ¡Hazlo puedas o no puedas!»). Pero la agonía se prolongó merced a los arrepentimientos de la amante, mera excusa para nuevas y fallidas reconciliaciones: Nulli se dicit mulier mea nubere malle quam mihi, / non si se Iuppiter ipse petat. / Dicit: sed mulier cupido quod dicit amanti, / in vento et rápida scribere oportet aqua. («Con nadie más que conmigo dice mi amada que se uniría, / ni aunque Júpiter mismo se lo pidiera. / Eso dice: pero lo que dice la mujer enamorada a un amante / conviene escribirlo en el viento y en el agua rápida»). Fue una inspiración excepcional para uno de los corpora de lírica amorosa más intensos de todos los tiempos.

Dejó 116 poemas de valor e inspiración diversa en distintos metros, predominando los dísticos elegiacos y los endecasílabos. Hay poemas de un acabado perfectamente alejandrino, casi siempre de tema mitológico, como Las bodas de Tetis y Peleo o la traducción de Calímaco La cabellera de Berenice, pero destacan especialmente sus ácidos epigramas, donde ataca sobre todo la ordinariez y el mal gusto, y sus epitalamios, fuera de sus ya tan ponderadas elegías amorosas, los poemas dedicados a sus amigos, a su hermano fallecido o a su barca.

Murió con 33 años de edad.

Poemas

Poemas Sueltos, I. La primera referencia grecolatina se encuentra en [7] «Soneto lunario» [10]:

«Y en una alberca
-arcón donde la luna es tul de plata-
cae la Leda lunar como una joya» [11].

El tema de Leda está presente asimismo y por última vez en la poética hernandiana en el debut impreso de Miguel como vate, es decir, en la composición «Pastoril», fechada «[e]n la huerta» el 30 de diciembre de 1929, que vio la luz en El Pueblo de Orihuela [12] y que se ha incluido también en los Poemas Sueltos, I [38]:

«Junto al río transparente
que el astro rubio colora
y riza el aura naciente,
llora Leda la pastora.

De amarga hiel es su llanto.
¿Qué llora la pastorcilla?
¿Qué pena, qué gran quebranto
puso blanca su mejilla?

¡Su pastor la ha abandonado!
A la ciudad se marchó
Y solita la dejó
A la vera del ganado.

¡Ya no comparte su choza
ni amamanta su cordero!
¡Ya no le dice: «Te quiero»,
y llora y llora la moza!» [13].


Himno en honor a Afrodita

¡Oh, tú en cien tronos Afrodita reina,
Hija de Zeus, inmortal, dolosa:
No me acongojes con pesar y tedio
Ruégote, Cripria!
Antes acude como en otros días,
Mi voz oyendo y mi encendido ruego;
Por mi dejaste la del padre Jove
Alta morada.
El áureo carro que veloces llevan
Lindos gorriones, sacudiendo el ala,
Al negro suelo, desde el éter puro
Raudo bajaba.
Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante
Te sonreías: < ¿Para qué me llamas?

¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora?

-me preguntabas-

> ¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?
>Que si te huye, tornará a tus brazos,
Y más propicio ofreceráte dones,
Y cuando esquives el ardiente beso,
Querrá besarte>.
Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple,
Liberta el alma de su dura pena;
Cual protectora, en la batalla lidia
Siempre a mi lado.


Poema I. Catulo se lamenta por el sufrimiento que padece Lesbia ante la muerte de su tan amado pajarillo

Lugete, o Veneres Cupidinesque,

Et quantum est hominum venustiorum.

Passer mortuus est meae puellae,

Passer, deliciae meae puellae,

Quem plus illa oculis suis amabat:

Nam mellitus erat suamque norat

Ipsam tam bene quam puella matrem

Nec sese a gremio illius movebat,

Sed circumsiliens modo huc modo illuc

Ad solam dominam usque pipiabat.

Qui nunc it per iter tenebricosum

Illuc, unde negant redire quemquam.

At vobis male sit, malae tenebrae

Orci, quae omnia bella devoratis:

Tam bellum mihi passerem abstulistis.

O factum male! o miselle passer!

Tua nunc opera meae puellae

Flendo turgidoli rubent ocelli.

¡Oh amores y anhelos,

Y cuantos hombres existáis sensibles a la belleza,

Lamentaos! Ha muerto el gorrión de mi amada,

Su gorrión, deleite de mi niña

Al que cuidaba más que a sus propios ojos.

Era más dulce que la miel y conocía a su dueña

Tan bien como conoce una niña a su propia madre,

Y, sin alejarse jamás de su regazo,

Piaba sin cesar para nadie más que para ella,

Mientras saltaba a su alrededor de acá para allá.

Ahora marcha por un camino de sombras,

Hacia un lugar del que se niega que exista retorno.

Yo os maldigo, siniestras tinieblas del Orco,

Que devoráis todo lo bello:

¡Tan hermoso era aquel que me habéis arrebatado!

¡Oh desdicha! ¡Pobrecillo pájaro!

Ahora lloran por vuestra culpa

Los enrojecidos e hinchados ojos de mi amada.

Poema II Catulo invita a Lesbia a vivir y a sentir con él el amor sin complejos y sin ataduras, ya que la vida es muy corta

Vivamus, mea Lesbia, atque amemus,

Rumoresque senum severiorum

Omnes unius aestimemus assis.

Soles occidere et redire possunt;

Nobis cum semel occidit brevis lux,

Nox est perpetua una dormienda.

Da mi basia mille, deinde centum,

Dein mille altera, dein secunda centum,

Deinde usque altera mille, deinde centum.

Dein, cum milia multa fecerimus,

Conturbabimus illa, ne sciamus

Aut ne quis malus invidere possit,

Cum tantum sciat esse bassiorum.

Vivamos, Lesbia mía, ¡amémonos!

Y démosles el valor de un as

A los rumores de los ancianos severos.

Los soles seguirán muriendo y volviendo a nacer;

Pero, una vez que nuestra breve luz se apague,

Sólo nos quedará una noche eterna

Que habremos de dormir.

Dame mil besos, y después cien,

Y después otros mil y otros segundos cien,

Y, sin parar, hasta llegar a mil más, y después cien.

Finalmente, cuando nos hayamos dado tantos miles,

Los dejaremos en el olvido, para no recordarlos,

Y para que nadie sienta envidia

Al saber que entre nosotros hubo tantos besos.

Poema III. Lesbia insulta y maldice a Catulo delante de su marido, pero ello no hace enfadar a Catulo sino que es para él motivo de alegría, porque piensa que es la ira del amor.

Lesbia mi praesente viro mala plurima dicit;

Haec illi fatuo maxima laetitia est.

Mule, nihil sentis. Si nostri oblita taceret,

Sana esset; nunc quod gannit et obloquitur,

Non solum meminit, sed, quae multo acrior est res,

Irata est; hoc est, uritur et coquitur.

Lesbia me ha dicho las mayores injurias en presencia de su marido,

Y ésta es la mayor alegría para él.

¡Mulo, no sabes nada! Si ella callara, olvidada de lo nuestro, estaría bien;

pero, dado que me insulta y me grita todavía,

no sólo me recuerda, sino, lo que es mucho peor,

que está enfadada conmigo, que aún arde y se consume.